Quienes crean que los tatuajes son una tendencia de la actualidad en realidad están muy equivocados.
El primer tatuaje que se conoce en la historia, lo lleva una momia de la época glaciar a la que llamaron “Otzi”. En varias comunidades aborígenes, desde tiempos inmemoriales, ha sido costumbre hacer marcas en el cuerpo como parte de diferentes rituales.
Durante la Edad Media se acostumbraba a poner marcas sobre la piel, bien fuera como muestra de un honor especial o como recordatorio de un delito. Tanto los miembros de grupos selectos, como los criminales, eran marcados para imprimir un distintivo de identidad.
Fue en Tahití donde inventaron la palabra “Tatua”, que significa “golpear” y que sirvió como raíz para la palabra “tatuaje”. Es usual que los tatuajes estén asociados a las guerras. La marca sobre el cuerpo es símbolo de valor, pero también de humillación, como ocurría con los judíos en los campos de concentración.
En las últimas décadas, tatuar el cuerpo se ha convertido en moda. Para muchos, se trata simplemente de una de esas tendencias pasajeras que no tienen más connotación que la estética. Para otros, infligir dolor sobre el cuerpo y marcarlo, revela diferentes significados relacionados con una afectividad maltrecha.
Los tatuajes y el dolor
Aunque la mayoría de las personas tatuadas insisten en que marcarse el cuerpo es simplemente una forma de aumentar el atractivo, lo cierto es que se trata de una experiencia dolorosa y, básicamente, definitiva. Se sabe que muchos sienten verdadera euforia cuando son capaces de pasar por una sensación dolorosa y luego superarla. No solo sería prueba de su coraje, sino que esta clase de experiencias ayudan a que se libere más dopamina de lo habitual.
Según un estudio llevado a cabo por Peter Kappeler, en la Universidad de Göttingen, una buena parte de las personas que llevan tatuajes han sido víctimas de abusos físicos o sexuales en el pasado. En este caso, la experiencia de dolor sobre el cuerpo se convierte en una especie de catarsis, porque les permite sentir que han retomado el control sobre su cuerpo. También les ayuda a encubrir los recuerdos traumáticos.
En la misma investigación se indica que otro segmento de las personas que llevan tatuajes, también se han autolesionado en el pasado. Son personas que experimentan satisfacción al causarse dolor. El sufrimiento físico incrementa su tensión emocional y esto les hace sentirse “vivos”. De lo contrario, experimentan un gran vacío interior.
Los tatuajes y la personalidad
En otra investigación, adelantada en la Universidad de Lausana, entre 7.500 jóvenes con edades comprendidas entre los 16 y los 20 años, pudo establecerse que había ciertos patrones de conducta similares entre quienes se hacían tatuajes.
Se concluyó, por ejemplo, que más de la mitad de los tatuados eran consumidores habituales de algún psicoactivo, principalmente de alcohol y/o marihuana. Quienes además de tatuajes también usaban aros y alfileres en el cuerpo, mostraban el doble de tendencias suicidas que los demás jóvenes. También se determinó que la mayor parte de los jóvenes adeptos a las modificaciones corporales eran hijos de padres separados o en vía de divorcio.
Otro estudio, llevado a cabo en la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver (Canadá), también encontró una relación entre los jóvenes que utilizaban tatuajes y la predisposición a infringir normas o cometer delitos menores. La mayor parte del grupo de tatuados había participado en episodios de acoso escolar en alguna medida, tenían una autoestima más pobre y estaban más abiertos a vivir nuevas experiencias. Sin embargo, hay que tener cuidado con el manejo de estos datos. Que los jóvenes tatuados sean más propensos a todas esas conductas no quiere decir que todo aquel que se haga un tatuaje incurra en esos comportamientos. Simplemente se trata de una correlación de probabilidad. Es decir que es más frecuente encontrar las conductas descritas entre los jóvenes que están tatuados, que entre los que no. Sea cual sea el caso, lo que sí es cierto es que solamente hay necesidad de poner marcas en aquello que se percibe sin identidad real. Ese sello vendría a ser el sustituto de un rasgo que se quiere mostrar, pero que no se está seguro de poseer. Así, el tatuaje sería una especie de ayuda para autoafirmar la personalidad y, a veces, para diluirla, cuando el tatuaje es una vía para ser aceptado dentro de un grupo.
El primer tatuaje que se conoce en la historia, lo lleva una momia de la época glaciar a la que llamaron “Otzi”. En varias comunidades aborígenes, desde tiempos inmemoriales, ha sido costumbre hacer marcas en el cuerpo como parte de diferentes rituales.
Durante la Edad Media se acostumbraba a poner marcas sobre la piel, bien fuera como muestra de un honor especial o como recordatorio de un delito. Tanto los miembros de grupos selectos, como los criminales, eran marcados para imprimir un distintivo de identidad.
Fue en Tahití donde inventaron la palabra “Tatua”, que significa “golpear” y que sirvió como raíz para la palabra “tatuaje”. Es usual que los tatuajes estén asociados a las guerras. La marca sobre el cuerpo es símbolo de valor, pero también de humillación, como ocurría con los judíos en los campos de concentración.
En las últimas décadas, tatuar el cuerpo se ha convertido en moda. Para muchos, se trata simplemente de una de esas tendencias pasajeras que no tienen más connotación que la estética. Para otros, infligir dolor sobre el cuerpo y marcarlo, revela diferentes significados relacionados con una afectividad maltrecha.
Los tatuajes y el dolor
Aunque la mayoría de las personas tatuadas insisten en que marcarse el cuerpo es simplemente una forma de aumentar el atractivo, lo cierto es que se trata de una experiencia dolorosa y, básicamente, definitiva. Se sabe que muchos sienten verdadera euforia cuando son capaces de pasar por una sensación dolorosa y luego superarla. No solo sería prueba de su coraje, sino que esta clase de experiencias ayudan a que se libere más dopamina de lo habitual.
Según un estudio llevado a cabo por Peter Kappeler, en la Universidad de Göttingen, una buena parte de las personas que llevan tatuajes han sido víctimas de abusos físicos o sexuales en el pasado. En este caso, la experiencia de dolor sobre el cuerpo se convierte en una especie de catarsis, porque les permite sentir que han retomado el control sobre su cuerpo. También les ayuda a encubrir los recuerdos traumáticos.
En la misma investigación se indica que otro segmento de las personas que llevan tatuajes, también se han autolesionado en el pasado. Son personas que experimentan satisfacción al causarse dolor. El sufrimiento físico incrementa su tensión emocional y esto les hace sentirse “vivos”. De lo contrario, experimentan un gran vacío interior.
Los tatuajes y la personalidad
En otra investigación, adelantada en la Universidad de Lausana, entre 7.500 jóvenes con edades comprendidas entre los 16 y los 20 años, pudo establecerse que había ciertos patrones de conducta similares entre quienes se hacían tatuajes.
Se concluyó, por ejemplo, que más de la mitad de los tatuados eran consumidores habituales de algún psicoactivo, principalmente de alcohol y/o marihuana. Quienes además de tatuajes también usaban aros y alfileres en el cuerpo, mostraban el doble de tendencias suicidas que los demás jóvenes. También se determinó que la mayor parte de los jóvenes adeptos a las modificaciones corporales eran hijos de padres separados o en vía de divorcio.
Otro estudio, llevado a cabo en la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver (Canadá), también encontró una relación entre los jóvenes que utilizaban tatuajes y la predisposición a infringir normas o cometer delitos menores. La mayor parte del grupo de tatuados había participado en episodios de acoso escolar en alguna medida, tenían una autoestima más pobre y estaban más abiertos a vivir nuevas experiencias. Sin embargo, hay que tener cuidado con el manejo de estos datos. Que los jóvenes tatuados sean más propensos a todas esas conductas no quiere decir que todo aquel que se haga un tatuaje incurra en esos comportamientos. Simplemente se trata de una correlación de probabilidad. Es decir que es más frecuente encontrar las conductas descritas entre los jóvenes que están tatuados, que entre los que no. Sea cual sea el caso, lo que sí es cierto es que solamente hay necesidad de poner marcas en aquello que se percibe sin identidad real. Ese sello vendría a ser el sustituto de un rasgo que se quiere mostrar, pero que no se está seguro de poseer. Así, el tatuaje sería una especie de ayuda para autoafirmar la personalidad y, a veces, para diluirla, cuando el tatuaje es una vía para ser aceptado dentro de un grupo.
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